Tú nunca morirás

miércoles, 5 de enero de 2011


Recuerdo cuando lo trajo a casa un amigo de mi abuelo, era la primavera del año 1998 y lo traía como perro de caza (algo que al final no llegó a ser). Era pequeñito, mucho, como un puño, y tenía un rabito cortito, como si se lo hubieran cortado, pero era así de nacimiento, y venía infestado de pulgas.
Si le dejabas solo se ponía a gritar (nunca le gustó estar solo) y así como ya se hiciera muchas otras veces antes se le empezó a mimar. Mi abuela fue quien le puso el nombre, al final siempre es quien bautiza a los perros, dijó que se iba a llamar Tito.
Mi abuelo dejó de cazar y aunque en sus primeros años Tito tuvo inclinación a perseguir a los conejos por el monte de vez en cuando con otro perro que se llamaba Lucas, poco a poco esa aficción fue desapareciendo.

Era un perro de casa al que le gustaba que fueras con él a dar un paseo, no que le abrieras para que fuera él, que tú fueras con él. Le gustaba pasar el rato acostado en una tumbona que había en la cocina y dormir de noche allí, si no había una opción mejor como que yo me lo llevara a la cama. Un día la tumbona se rompió y aprovechando una oferta del Lidl mi abuela y yo fuimos a comprar una que ya se quedó sola para él, nadie más la usaba.

Desde el año 98 todos los fines de semana que dormía en la aldea (que eran la mayoría) él se venía a la cama conmigo. Le encantaba ir a dormir la siesta y de noche estaba atento a si me iba a la cama para bajarse de la tumbona y que le llevara.

Algunas veces soñaba y se ponía a patalear, otras hacía frío y yo le tapaba con una toalla vieja, en verano tenía calor y se bajaba de la cama para tumbarse en el suelo a los pies o en un lateral.
Desde aquella primavera de 1998 hasta este enero de 2011 han pasado casi trece años, han pasado muchas cosas en la vida; Tito se fue haciendo mayor, se puso enfermo algunas veces y tuvo que ir al veterinario, hizo alguna trastada, se le fue poniendo el pelo un poco más blanco en el lomo y en la cabeza según pasaban los años, y me miró cienmil veces como si quisiera decirme algo o que simplemente seguía ahí a mi lado.

Ayer, martes 4 de enero, después de un par de semanas enfermo de los riñones por la edad se fue. Sabía que esto pasaría y tenía que pasar, y es un consuelo saber que ha sido feliz y ha vivido bien todos estos años, pero la tristeza es directamente proporcional a los buenos momentos compartidos.

Tú nunca morirás.

2 comentarios:

Eu dijo...

Jo, Luis, seguro que hai un ceo para estes pequechos, aínda que só sexa nos bos recordos que conservamos deles, e nel, non che quepa dúbida que hai un malandrín de ollos castaños que estará encantado de acompañalo nas súas vindeiras xoguetas! ;)

Iago dijo...

Incluso eu recordo moi ben todo aquelo...

Curiosamente, poucos días de diferencia, un ano despóis, con outra desaparición que nunca morrerá, e da que sólo espero que algunha vez desaparezca ese momento no que as miñas mans foron as últimas que o deixaron caer para sempre dentro da terra...

Esas miradas permanentes, que os humanos soñamos a diario con poder volver a emitir algunha vez despóis de nacer, nunca desaparecerán.

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