Estos días se ha hecho efectivo el rescate del segundo país europeo. Siendo muy generoso en la manera de mirar se puede pensar en la manera solidaria de actúar de los países de UE con sus vecinos en problemas, un notabilísimo avance en la colaboración entre estados sin duda, digo siendo muy generoso porque que nadie se olvide de que muchos si ponen dinero es por el miedo que tienen de l0 que a ellos les pueda pasar.
Estamos viendo a las empresas ajustando sus plantillas, cargando de trabajo a los trabajadores con lo que se quedan, vemos a empresas y a pequeños negocios cerrando por todos lados, y vemos a los estados legislando para satisfacer a los mercados y tener la posibilidad de seguir colocando y refinanciando su deuda, a países llegando a la quiebra y teniendo que ser salvados por organizaciones supranacionales que evidentemente imponen sus exigencias de ajuste.
Todo esto se produce por distintos factores y con especificidades dependiendo del estado del que se trate, pero el gran problema, el que se está llevando por delante partes importantes del estado de bienestar es el crédito. La falacia del crédito que creamos, criamos y convertimos en dogma durante el siglo XX.
Como pequeña imagen podemos quedarnos con nuestro país. España entró muy tarde en la modernidad por las décadas de dictadura franquista, y la mayoría de los que rondamos la treintena podemos recordar como de pequeños se oía hablar de las letras como si fuera un gran problema que alguien podía tener, cuando de aquellas en general las letras que una familia podía tener se podían circunscribir a una lavadora, a algún otro electrodoméstico o como mucho a un coche.
En general había una idea de que para comprar algo había que ahorrar y cuando juntabas el dinero suficiente para pagarlo, o por lo menos para cubrir la mayor parte de su coste entonces lo comprabas.
Con el paso de los años la televisión se llenó de anunciós de coches con su correspondiente financiación (¡sólo 10000 pesetas al mes!), de electrodomésticos y su correspondiente financiación etc. Y así fue creciendo la fiebre del crédito que finalmente llegó a instalarse como norma general en la compra de la vivienda, con la compra masiva de vivienda llegó el incremento en los precios y lo que ya todos sabemos sobre la burbuja inmobiliaria.
Ésto comentado anteriormente se producía en las economías familiares, pero en las empresas se producía un fenómeno análogo. La idea de ganar dinero sin tener la necesidad de tener dinero para obtener los medios para generarlo es muy atractiva, la idea de no pagar hasta que a uno le convenga, el apalancamiento financiero... Todo muy bonito y muy viable cuando se dan las condiciones necesarias, estables y perfectas; la cuestión es que las condiciones casi nunca son esas y no se mantienen en el tiempo, el sistema se pudre por dentro, las empresas acumulan facturas que no cobran y facturas que no pagan, el crédito se instaura como la verdadera moneda de transacción y finalmente la dimensión extra creada en uso del sobrecrédito obliga a la reducción de plantilla, al cierre de establecimiento o a las liquidaciones de las sociedades.
Se supone que los estados debían ser los que velaran por las condiciones y la regulaciones del mercado, sin embargo los estados también sucumbieron al crédito, y esto es lo más grave. En general los estados con gobiernos de idelogía de izquierdas con más propensos al endeudamiento y al uso de crédito. Un límite razonable y bajo de endudamiento es asumible, ese límite se lo deberían imponer los estado e imponerlo también a los agentes que operan en sus economías.
Los estados en vez de recurrir a una adecuada planificación y priorización de las necesidades optaron en muchos casos por recurrir al crédito para financias sus actividades en forma de emisión de deuda que compraron otros estados y agentes económicos, además en época de crisis muchos gobiernos optaron por tirar más del crédito para capear la situación, entiendo que lo hicieron pensando que la situación sería pasajera o que se solventaría en un plazo corto, de está forma lo que hicieron fue sumar al dinero que debían mucho más dinero llegan a comprometer partes muy importantes de sus PIB.
Estamos viendo a las empresas ajustando sus plantillas, cargando de trabajo a los trabajadores con lo que se quedan, vemos a empresas y a pequeños negocios cerrando por todos lados, y vemos a los estados legislando para satisfacer a los mercados y tener la posibilidad de seguir colocando y refinanciando su deuda, a países llegando a la quiebra y teniendo que ser salvados por organizaciones supranacionales que evidentemente imponen sus exigencias de ajuste.
Todo esto se produce por distintos factores y con especificidades dependiendo del estado del que se trate, pero el gran problema, el que se está llevando por delante partes importantes del estado de bienestar es el crédito. La falacia del crédito que creamos, criamos y convertimos en dogma durante el siglo XX.
Como pequeña imagen podemos quedarnos con nuestro país. España entró muy tarde en la modernidad por las décadas de dictadura franquista, y la mayoría de los que rondamos la treintena podemos recordar como de pequeños se oía hablar de las letras como si fuera un gran problema que alguien podía tener, cuando de aquellas en general las letras que una familia podía tener se podían circunscribir a una lavadora, a algún otro electrodoméstico o como mucho a un coche.
En general había una idea de que para comprar algo había que ahorrar y cuando juntabas el dinero suficiente para pagarlo, o por lo menos para cubrir la mayor parte de su coste entonces lo comprabas.
Con el paso de los años la televisión se llenó de anunciós de coches con su correspondiente financiación (¡sólo 10000 pesetas al mes!), de electrodomésticos y su correspondiente financiación etc. Y así fue creciendo la fiebre del crédito que finalmente llegó a instalarse como norma general en la compra de la vivienda, con la compra masiva de vivienda llegó el incremento en los precios y lo que ya todos sabemos sobre la burbuja inmobiliaria.
Ésto comentado anteriormente se producía en las economías familiares, pero en las empresas se producía un fenómeno análogo. La idea de ganar dinero sin tener la necesidad de tener dinero para obtener los medios para generarlo es muy atractiva, la idea de no pagar hasta que a uno le convenga, el apalancamiento financiero... Todo muy bonito y muy viable cuando se dan las condiciones necesarias, estables y perfectas; la cuestión es que las condiciones casi nunca son esas y no se mantienen en el tiempo, el sistema se pudre por dentro, las empresas acumulan facturas que no cobran y facturas que no pagan, el crédito se instaura como la verdadera moneda de transacción y finalmente la dimensión extra creada en uso del sobrecrédito obliga a la reducción de plantilla, al cierre de establecimiento o a las liquidaciones de las sociedades.
Se supone que los estados debían ser los que velaran por las condiciones y la regulaciones del mercado, sin embargo los estados también sucumbieron al crédito, y esto es lo más grave. En general los estados con gobiernos de idelogía de izquierdas con más propensos al endeudamiento y al uso de crédito. Un límite razonable y bajo de endudamiento es asumible, ese límite se lo deberían imponer los estado e imponerlo también a los agentes que operan en sus economías.
Los estados en vez de recurrir a una adecuada planificación y priorización de las necesidades optaron en muchos casos por recurrir al crédito para financias sus actividades en forma de emisión de deuda que compraron otros estados y agentes económicos, además en época de crisis muchos gobiernos optaron por tirar más del crédito para capear la situación, entiendo que lo hicieron pensando que la situación sería pasajera o que se solventaría en un plazo corto, de está forma lo que hicieron fue sumar al dinero que debían mucho más dinero llegan a comprometer partes muy importantes de sus PIB.
Hay corrientes de opinión que sostienen que los países deben endeudarse para poder prestar serviciós y hacer obra pública, esta opinión, desde mi punto de vista se ha demostrado manifiestamente errónea. Como estamos viendo hoy en día los países con más deuda han perdido parte de su soberanía, se ven obligados a legislar para contentar a los mercados en los que han de colocar su deuda y refinanciar la deuda ya asumida para afrontar sus necesidades y los pagos que les toque hacer por los préstamos pedidos. Finalmente la deuda asumida en pos de "necesidades sociales" se revela como un mayor menoscabo de las prestaciones sociales al tener que recortarlas en ajustes para contener la deuda y satisfacer a los prestamistas, y al cargar al estado con unos pagos de principal de la deuda y de intereses crecientes que habrán de ser asumidos durante años.
Vemos como todo lo montado sobre el crédito se tambalea, se podría haber hecho un uso razonable de este instrumento, pero en vez de eso se instauró la falacia de los beneficios totales del crédito, de la necesidad de usarlo y ahora pagamos las consecuencias.
Se pueden analizar las causas que dispararon esta crisis, el papel de los bancos y el papel de los reguladores del sistema bancario (eso queda para otra edición) pero aunque factores desencadenantes, transmisores e incluso ampliadores de la situción que vivimos no son los responsables de la debilidad de las estructuras que nos sostenían. Es mi opinión responsables somos todos, particulares, empresas y gobiernos por seguir a ciegas la religión de consumir por encima de nuestras posibilidades basándonos y siguiendo la religión del crédito; en todo caso considero responsables últimos a todos los gobiernos que no han sabido o no han querido establecer el marco y la legislación necesaria para contener la falacia del crédito.
Vemos como todo lo montado sobre el crédito se tambalea, se podría haber hecho un uso razonable de este instrumento, pero en vez de eso se instauró la falacia de los beneficios totales del crédito, de la necesidad de usarlo y ahora pagamos las consecuencias.
Se pueden analizar las causas que dispararon esta crisis, el papel de los bancos y el papel de los reguladores del sistema bancario (eso queda para otra edición) pero aunque factores desencadenantes, transmisores e incluso ampliadores de la situción que vivimos no son los responsables de la debilidad de las estructuras que nos sostenían. Es mi opinión responsables somos todos, particulares, empresas y gobiernos por seguir a ciegas la religión de consumir por encima de nuestras posibilidades basándonos y siguiendo la religión del crédito; en todo caso considero responsables últimos a todos los gobiernos que no han sabido o no han querido establecer el marco y la legislación necesaria para contener la falacia del crédito.
0 comentarios:
Publicar un comentario