Hay en todos los momentos del día uno que es ciertamente extraño. Recientemente he vuelto a disfrutarlo y ahora cada día pienso un poco en su naturaleza y en su porqué, también lo recuerdo mejor cuando ocurría en tiempos ya pasados, en los buenos tiempos, no, en los tiempos, bueno, antes de ahora.
Allá cuando las torres caían en Nueva York, incluso desde bastante antes, cuando Bill Gates aún no había lanzado el Windows 2000, y hasta que los trenes exploraron en Madrid y mucho después había un momento en el día en el que me sentía realmente en paz, ni bien ni mal, en paz. Ese momento es justo después de depertarse, dura tan sólo unos segundos y uno sabe que sólo durará unos segundos, con la cabeza apoyada en la almohada y lo ojos abiertos uno se siente en paz y sabe que esa paz se está terminando, que en en segundos aparecerá un nudo en el estómago, la garganta se volverá rígida y los párpados se cargarán de plomo, pero aunque uno sabe que eso va a pasar, en ese justo momento, no lo siente y simplemente toca esperar a que llegue, y llega, viene como una voz que suena a lo lejos hasta estar gritando detro de uno.
Ese momento al despertar, es mágico porque no debería estar ahí pero está, uno sabe que no debería estar y sabe que se irá muy pronto, y uno simplemente espera tranquilamente a que se termine, porque se va a terminar, y volver a la realidad.
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