Hace algunos meses ya, la humedad amenazaba de forma alarmante con consumirme en mi habitación. Ideé un plan, visité la ferretería y me aprovisioné: pintura, brocha, rodillo, cubeta, cinta de carrocero, espátula... Destruí mi castillo, retiré todo lo que había en mi habitación, muebles, estantería, libros, cds, telas de las paredes, todo. Entonces, sin habitación, sin refugio posible donde poder esconderme empecé a limpiar y a rascar las paredes y el techo, lo hice de madrugada pensando que me llevaría sólo un rato; fueron varias horas.
Me fui el fin de semana.
Volví el domingo por la noche, dormí en el sofá como muchas otras noches, pero esta vez dormí intranquilo porque sabía que no tenía cama ni habitación a donde ir. De mañana temprano empecé a pintar para poder dar las dos manos necesarias y que por la noche estuviera seca la pintura. Me decepcionó bastante el mundo de la pintura y las imperfecciones naturales del resultado, sin embargo la habitación quedó blanca e impoluta después de retirar plásticos, cinta y de limpiarla.
En los días siguientes fui haciendo de nuevo de mi habitación mi castillo, todo volvió a su lugar natural. Casi todo. En mi tablón de corcho faltan ahora algunas fotos. Durante años hubo fotos que permanecieron allí superando las circunstancias y los acontecimientos. Las miré, las desclavé y las guardé en un cajón. Podría haberlas mantenido allí para siempre igual que mantengo tantas cosas en la memoria, pero todo son símbolos y un primer paso de concesión al olvido es esconder esos símbolos que representan cosas que nunca se olvidarán.
Hay humedad que ya ha vuelto a aparecer, las fotos siguen en el cajón y los recuerdos en la memoria.
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